viernes, 29 de enero de 2010

Marcha del silencio

Por Marcelo Alejandro Rock

El gran filosofo de la Ilustración, el escéptico Imannuel Kant, pensaba que por necesidad aquello que no puede decirse públicamente no es moral.
¿Que es lo moral?: podemos preguntar a continuación. Digamos que un deber incondicionado. Que obliga por si, sin fijar sus miras en ninguna cosa empírica como el dinero o la felicidad. Obra de manera tal que la máxima que guía tus actos puede devenir en sentencia universal. Así reza la moralidad.
¿Ha que viene tanto reflexión insípida y poco original?
Ocurre que hace pocos días vi (y escuche también) a una altanera y siempre muy bien vestida personalidad mediática, de doradas alhajas colgantes, de sirvienta de pelo recogido y personalidad ninguna referirse a un tópico candente: la "inseguridad". Con mirada sojuzgante y sonrisa material profirió algo así como lo siguiente: "vamos a organizar una marcha por la inseguridad, pero en silencio".
Por deducción lógica, podemos inferir que hay marchas ruidosas, de bombos y platillos, de redoblantes que al tiempo pesan, de cánticos que en degrade van constituyendo un derrotero desde el rojo furioso pasando por el naranja activo hasta el blanco puro, a veces el celeste y blanco vibra contradictoriamente también. Y hay ruido a chapa, a cartón, a cacerola, ruidos de libros que caen, de mochilas voladoras, hay rock and roll, Reggae, folklore y voces que en elevado y heroico tono sueñan con tomar el cielo por asalto. Y hay entonces, marchas silenciosas.
Debo advertir que este humilde ensayo no desconoce el dolor ni la muerte que son el concreto. Simplemente me pregunto por el valor del silencio. Y las cavilaciones desembocan en un interrogante: ¿Es acaso en política virtud el silencio?
Nuestro filosofo Imannuel Kant distinguia dos usos de la razón. El uso privado de la razón, en donde el sujeto sirve a la maquinaria estatal y al mercado. Aquí debe haber obediencia prescribe Kant. Por otro lado entonces, tenemos el uso público de la razón cuyo destino es justamente el público, la sociedad civil, la opinión publica. Aquí hay libertad de pluma. Solamente si cada quien dice lo que piensa podemos entonces aquellos de nosotros que vivimos engañados, caer en contradicción. Si no, persistiremos en nuestro error.
¿Cuál es entonces el valor político de una marcha que porta el silencio? De mentes encendidas, de manifestaciones nulas. De pasos sordos, sin insignias, sin banderas. ¿Cuál es el valor de esta negación? ¿Será acaso una necesaria y respetuosa muestra de reconocimiento por quienes han sido muertos? ¿Pureza de movilización pública, aparición y consagración no forzada del pueblo? O mas bien, ¿Hay algo que no se puede decir?, ¿No habrá quizás anidado en el odio y la impotencia algún resabio de viejos y nunca democráticos ni igualitarios discursos?, ¿Existe acaso un común acuerdo bien tácito de algo que no se debe decir, pero se debe hacer y hacer rápido?
No se que pensaría Imannual Kant si viviera. Por medio de estas líneas yo dudo, con la esperanza de que estas conjeturas tengan asidero en la nada, y de estar equivocado, y de que mis negras presunciones sean arrojadas de manera radical a un lugar muy alejado, muy otro…

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