martes, 2 de marzo de 2010

Monstruos de jardín

Por Ramiro Gonzalez

Te sentaste ahí. En esa misma silla, en ese mismo rincón.
Las flores que nacen del invierno te esperaban, quietas
E impacientes a la vez.
Renunciaste al té, solo para negar mi ofrecimiento.
Acomodaste la pierna que te molestaba y te desabrochaste tu sobretodo.
Despacio, para cuidar los botones.

Nos separaba una mesa pequeña. De jardín. De metal. Blanca. Fría.
Como la nieve. Como nosotros dos. Como lo que ocurriría.
Hablaste. Me mirabas, parabas y volvías a hablar.
Yo me acomodaba el vestido, el que te gustaba ¿pero para que?
¿Con que sentido? En alguno momento me ibas a dejar de hablar.
De ver, de contarme tu vida y tus obras. En un momento seria inexistente para ti.
Dictarías una cómoda sentencia amorosa que nos satisfaga a los dos.
Intentarías no hacerme sufrir. Todo vivía y moría en el intento.

Los sonidos se mezclaban, al igual que los aromas y las texturas.
Tu voz ronca, cuerdas vocales y cigarro. Y whisky.
Hablabas tranquilo, temblabas por el frío. El frío del jardín y el de los dos.
Me acomode la pulsera, te miraba fijo, queriendo que lo digas ya.
Que no hay vuelta atrás. Que lo nuestro se acabo.
Que en el futuro, cuando veas el río, ya no te acordaras de mi.
Que cuando camines por la calle no trataras de encontrar mi figura.
En la multitud, en un cuarto de hotel, en un jardín.

Terminas de hablar. Ya te hecho de menos. Comienzo a olvidar tu aroma.
Se me mezclan los recuerdos. Todo en un instante.
El instante de una eternidad.
Te levantas y besas mi mano. El viento mece mi vestido floreado. Y las flores
Se entrecruzan con mi vestido.
Dejas el jardín, dejas la casa, dejas el auto, dejas tu ropa. Y te marchas.
Te marchas a buscar la felicidad.
Que no está conmigo. Que yo sé, nunca estuvo.
Yo me levanto de mi silla y tomo la taza. Mi taza, de té, y la llevo a la cocina.
Me cambio de vestido, me maquillo, con tu labial favorito.
Rocío mi cuerpo de un aroma a lilas y madera.
Saco del cajón mis mejores zapatos. Los acomodo muy gentilmente.
Me miro en el espejo, roto a la izquierda. Peino mi cabello, con un cepillo nuevo.
Y me dirijo al río.
El río que vio crecer nuestra pasión, y que vio morir cerca del jardín.
Camino lentamente, las piedras me molestan.
El agua esta helada, clásica para invierno. Comienza a mojarse mi vestido.
Mis manos, mis brazos. Mi cintura. Mi pecho. Mi cabeza.



Ya no hay más ruido
La tranquilidad es total.
Una última imagen tuya me inunda.
Como inunda el agua mis oídos y mi boca.
La imagen no me deja respirar.
El agua tampoco.
Pero por cierta razón,
Me hace feliz y tranquila.

No hay comentarios:

Publicar un comentario